DE CABALLEROS, INGENUOS Y PÍCAROS

Resulta casi imposible captar los hechos más significativos de la realidad sin tener, al menos, nociones de sus antecedentes históricos. Las noticias cotidianas que nos suministran los medios de comunicación son sólo su envoltura superficial. Si rebasamos la individualidad de los actores que se ven involucrados en ellos, hemos de acudir a prototipos sociales que encarnan imaginarios, valores y actitudes. Esos prototipos vienen de muy atrás en la historia y aun con cambios importantes los encontramos en la realidad actual.

En la lejana Edad Media existían los caballeros, llamados así por montar a caballo. Eran la nobleza, estamento privilegiado,  portadora de armas, reflejada en los romances épicos. El honor era su virtud proclamada, el orgullo de su sangre, la incitación a las hazañas como género de vida, arrogantes, miraban al pueblo desde arriba. La guerra y la caza, su ocupación habitual. Mandar y no trabajar con las manos eran la esencia de  su posición. Muchos se arruinaron y cuando el dinero pasó a ser la clave del predominio social, encontraron en el matrimonio con burguesas enriquecidas la solución a su decadencia.

Estaban también los ingenuos, los “in-genui” que no doblaban la rodilla, plebeyos libres que con su trabajo y su pequeño peculio sostenían a sus familias. Mirar cara  a cara, en pié de igualdad, y la confianza en su propio valer, eran el eje de su vida. Su propia  conciencia y la verdad sin tapujos las únicas guías de su conducta. Como no practicaban el engaño ni desconfiaban de ser engañados, ser ingenuo se convirtió luego en sinónimo de iluso, pobre idiota que va con el corazón en la mano, sin desconfiar de la maldad de su congéneres.

Y por último los siervos, poco más que esclavos. Adscritos a una tierra y a un señor que podía maltratarlos y en muchos casos hasta matarlos. Miraban temerosos desde abajo, tenían que desconfiar y engañar para poder sobrevivir. De ellos brotaron los pícaros, huidos de la servidumbre, que desarrollaron sus vidas con mil trucos y artimañas abusando de la buena fe, la compasión… y la codicia de los demás.

Han cambiado mucho los tiempos. Pero si nos fijamos en las personas que nos rodean, en las gentes con las que nos cruzamos por las calles, seguro que veremos a caballeros, ingenuos y pícaros. Ya no se distinguen por su vestimenta. Para diferenciarlos, habremos de fijarnos en sus palabras y en sus obras. La picaresca triunfante, convertida en arte, es loada y admirada. Claro que estos arquetipos no son rígidos ni impermeables. Casi todos, nosotros mismos, según las ocasiones, nos hemos comportado como caballeros, ingenuos o pícaros. ¿Cómo hemos mirado, como nos acercamos a los demás?

Pedro Zabala

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