DE PROFESIÓN: SU SEXO

No, no se refiere a ninguna mujer que se dedica al comercio sexual con su cuerpo en esa forma de esclavitud que, según cuentan, es la profesión más antigua del mundo. Era la expresión con que en registros y documentos  oficiales se referían a la actividad femenina habitual, centrada exclusivamente en las tareas del hogar. Respondía a esa mentalidad patriarcal que delimitaba el espacio público, monopolio exclusivo del varón, y el doméstico, al que debían recluirse, según esa adscripción de género (que no es el gramatical como ciertos hipócritas puristas del lenguaje señalan), sino el resultado de esa forzada delimitación de funciones. Forzada delimitación que se traducía en términos jurídicos en una especial minoría de edad (achacada según los romanos a la “imbecilitas sexu”) que le imponía la sujeción al padre o al marido, que debían suplir su falta de capacidad de obrar. 

 La situación ha cambiado bastante en la mentalidad, las costumbres y la legislación. Hay que reconocer que no ha sido fruto de una evolución esperada. Fue la conquista de la revolución más importante del siglo XX. Pacífica sí, pero revolución por su alcance, sus logros y su horizonte. Pero todavía no ha desarrollado toda su efectividad. Me estoy refiriendo a la revolución feminista. Hubo unas mujeres esforzadas que tomaron conciencia de su injusta situación, enarbolaron la bandera de la igualdad y exigieron la abolición de toda suerte de discriminaciones en el reconocimiento y disfrute de los derechos y deberes fundamentales que deben acompañar a todo ser humano. Abrieron una brecha en el caparazón machista que ponía a los varones en una situación privilegiada de explotación de la otra mitad de la humanidad.

 El primer frente fue el político. En las democracias occidentales, la llamada soberanía popular se ejerció primeramente sólo por aquellos varones que ostentaban una situación económica desahogada (el ejemplo clásico de la democracia ateniense, con su mayoría excluida de mujeres y esclavos, pesaba mucho). La conquista del sufragio universal se limitó a los hombres. Y las valientes sufragistas británicas y norteamericanas después se lanzaron a la calle para reclamar su derecho al voto.  El derecho a elegir y a ser elegidas fue un  escalón importante en ese ascenso femenino. En el siglo XXI, un país que niegue el voto a la mujer no puede ser llamado democrático. La cuestión es si esto tiene resultados evidentes. La explicación puede estar en aquella célebre frase de que si una mujer entra en política cambia la mujer, pero que si entran muchas cambia la política.

 El segundo frente fue el laboral, el trabajo fuera del espacio hogareño. No es que las mujeres no hubieran trabajado antes en el servicio doméstico, en el campo o en la fábrica. Pero su presencia se veía sólo como una ayuda para su familia, al no disponer el padre o el marido  de los recursos para atenderla. Pero se trata de un trabajo independiente que ella elige primeramente para conquistar su independencia económica. La circunstancia histórica de dos guerras mundiales, con miles de hombres movilizados en el frente, hizo necesaria su presencia masiva en talleres y fábricas. Y lo hizo de lleno con su trabajo esforzado y su militancia activa en las luchas sindicales. La efemérides histórica del primero de mayo nos recuerda el sacrificio heroico de unas obreras norteamericanas.

 El acceso de la mujer a la enseñanza, incluida la universitaria, revela un progreso indudable.  Su esfuerzo, su energía, su tenacidad y constancia ha dejado atrás a la mayoría de su compañeros estudiantes. Esto ha ocurrido en el norte desarrollado y en los países del sur donde han alcanzado el poder gobernantes no corruptos. En los otros, el nivel de analfabetismo femenino sigue siendo enorme, prolongando la situación de dominio machista imperante. 

 Pero no hay que olvidar otra esfera de la emancipación femenina, aunque a algunos fundamentalistas les ponga histéricos. La conquista de su libertad sexual, el derecho a decidir sobre su propio cuerpo, el derecho a mantener o no relaciones sexuales, a decidir cuando quedar embarazada. Esto rompe lo más hondo del dominio machista, descosifica su cuerpo que deja de ser propiedad del varón. No podemos ignorar que este cambio de mentalidad se debe, en gran parte, a la extensión cuasi universalizada de los métodos anticonceptivos, principalmente la píldora.

 Pero estas conquistas revolucionarias están todavía incompletas. No se han universalizado para todas las mujeres del planeta.  Y caben retrocesos. Por múltiples causas. Hay mujeres que no han asimilado esa  ambición de mayor libertad y responsabilidad: prefieren seguir protegidas por el viejo mundo patriarcal. Muchos varones aceptan a regañadientes esos avances femeninos, obligan a sus mujeres a una doble jornada de trabajo, fuera y dentro de casa, al no compartir las tareas domésticas. Y en el espacio público, la empresa, la política y no digamos la confesión religiosa, y, en general, todo centro de poder, el ascenso a puestos de dirección o se les niega, o se les dificulta o se les regala por el mero hecho de ser mujer… 

Pedro Zabala Sevilla

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