PERROS GUARDIANES

Hace muchos siglos que los seres humanos domesticaron algunos lobos y los convirtieron en perros, una especie doméstica, a nuestro servicio. Inicialmente como aliados en la caza y luego para otras muchas funciones. No soy experto en ellos, (aunque tengo un primo, muy querido, el patriarca de la familia, actualmente en silla de ruedas por un  parkinson muy avanzado  que siempre ha tenido. Tiene la cabeza muy lúcida y emplea sus horas en el ordenador. Escribe relatos evocadores de su vida, ingenuos, sinceros y conmovedores para sus nietos. A veces me obsequia con alguno. Recuerdo el que narraba las vicisitudes de los perros que ha tenido desde su niñez y sus relaciones con ellos. Pero la anécdota que hoy me viene a la memoria me la relató hace años: de cuando sus hijos eran pequeños, vivían en las afueras de un pueblo y tenían un perro guardián, muy encariñado con ellos; hasta tal punto de que si los reprendía en su presencia, le gruñía amenazador enseñando sus dientes).

 Hoy voy a reflexionar sobre perros guardianes, pero no sobre estos animales que a veces son de razas peligrosas, sino de humanos que ejercen esta función en los grupos donde conviven. No es que alguien, creo, les haya encargado esta función, sino que la asumen como si fuera su vocación o su obligación y a ello dedican gran parte de su existencia. Ladran, y si la circunstancia la juzgan grave, hasta atacan a los ajenos cuya proximidad juzgan peligrosa. Tienen muy claro quiénes son los nuestros y los otros. Les gustan las fronteras nítidas y bien definidas. Pero su saña es muchísimo mayor cuando la ejercen sobre los de casa que creen que son tibios, condescendientes o hasta traidores. Se lanzan contra ellos con energías incansables para que o cambien de conducta o abandonen el grupo, yéndose con los otros que piensan son los suyos. No son, naturalmente, los líderes del grupo, pero los sirven ciegamente, a no ser que vean en ellos signos de lo que creen debilidad, en cuyo caso no dudan también en atacarlos.

 Esta clase de perros guardianes pueden darse en grupos humanos. Pero naturalmente se dan con más facilidad en aquellos competitivos cuya existencia tiene su razón de ser en la oposición con otro u otros. Me fijaré en dos, donde más se dan esos rasgos: las naciones políticas y las religiones.

 Una nación política es una comunidad inventada por un nacionalismo. Naciones culturales, de bases lingüísticas, geográficas, étnicas o de otra clase se han dado en la historia con este nombre u otro distinto. Son heterogéneas, seguramente de origen mestizo y con facilidad para nuevas incorporaciones o integraciones. En cambio, la nación política es un invento occidental, nacido desde una élite que intenta homogeneizar un territorio, definir unas fronteras, construir un poder político con enorme tendencia al unitarismo. Oposición hacia fuera y control hacia dentro son sus características más acusadas. Ahí, los perros guardianes tienen un campo fácil para nacer y desarrollarse. Cultivan la xenofobia, el odio hacia el extranjero, sobre todo si es pobre y ha venido a establecerse entre nosotros. Son ellos los culpables de todos nuestros males y problemas. Y junto a ellos y más que ellos, los traidores, los malos patriotas, los que no comulgan con el nacionalismo oficial, sea triunfante en un Estado o aspirante a tenerlo propio. El perro guardián tiene claras cuáles son nuestras señas de identidad. Son  eternas, como nuestra propia nación. Nadie debe burlarse de ellas, profanarlas, desvirtuarlas, relativizarlas. Quien quiera vivir entre nosotros debe acatarlas, integrarlas en sus costumbres cotidianas. Cualquier signo diferenciador que se aparte de lo nuestro, debe ser prohibido, proscrito como nefando. 

 Las religiones, con su pretensión de ser las únicas verdaderas, son un campo todavía más propicio para que proliferen en ellas los perros guardianes. Viven en una obsesión paranoide de que su religión está constantemente amenazada por sus enemigos. Su misión es defender a Dios, al suyo claro, porque los de los otros son falsos. Su tarea máxima es denunciar a sus autoridades de los ovejas con piel de cordero que se han introducido entre el rebaño. Hay que señalar con el dedo a quienes se apartan del camino trazado por la jerarquía, a quienes se alejan de la ortodoxia, a quienes incurren en herejía, a los que se atreven a pensar por su cuenta, a quienes invocan su conciencia por encima de catecismos o reglas de moral definidas desde arriba. Pero su obstinada intolerancia no surtiría efecto sino fuera por el eco y apoyo que reciben de pastores medrosos, incapaces de salir fuera a buscar la oveja perdida y que sólo piensan en elevar y reforzar los muros del redil. El colmo del refinamiento de esta doblez medrosa es la escucha que dan a delaciones anónimas para iniciar procedimientos inquisitoriales sin que el o los denunciados puedan conocer quién o quiénes son sus acusadores.

 ¿Podemos soñar un mundo donde los perros guardianes sean inútiles y no encuentren acomodo? Creo que sí, si pensamos que en una sociedad global como la que actualmente vivimos los nacionalismos, grandes o chicos, son, además de un anacronismo, una rémora. Y que una religión auténtica donde la regla del amor al prójimo, imagen del único Dios, es básica, tiene como una de sus aplicaciones la de “no juzguéis y no seréis juzgados”.

Pedro Zabala Sevilla

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