SONÁMBULOS EN LA NIEBLA

Con la modernidad ilustrada se decía que habíamos llegado a la era del progreso indefinido para la humanidad. Gracias a la Razón con su método específico -el científico-, la Autonomía personal y la conquista de los Derechos Humanos, parecía que habíamos llegado al culmen de nuestra evolución.

Pero pronto se advirtió que ese ídolo también tenía los pies de barro. Ni el método empírico experimental agota todas las posibilidades de la razón humana, ni la libertad es absoluta, ni los Derechos Humanos pueden ser exclusivos de varones blancos que sean grandes propietarios. Las luchas de las féminas y del movimiento obrero por ampliar esos derechos a todos los componentes de la familia humana, a través del sufragio universal y la reclamación junto a esos Derechos de conciencia, de expresión y jurídicos, de los sociales y culturales llenaron las mejores páginas de los últimos siglos.

Se ha dicho que los sueños de la razón producen monstruos. Y como reacción con el romanticismo surgió la exaltación de la irracionalidad instintiva y sentimental. Se reclamaba la voluntad sin límites, pero lo que se estaba proclamando era algo distinto: el deseo o capricho voluble e instantáneo. De esa irracionalidad brotaron los nacionalismos excluyentes y agresivos. Dos guerras mundiales, prolongadas hoy en guerras locales a nivel planetario son el fruto de esa locura.

Pero los avances técnicos siguen imparables. La fe ciega en el progreso cuenta con muchísimos adeptos. ¿Pero nos han hecho mejores, más humanos?. ¿No viven la mayoría en una soledad impuesta, encerrados en el caparazón de un egoísmo individualista?. La mayoría silenciosa y silenciada rezuma la angustia de no saber el sentido de su existencia. Hay dentro de ella, una minoría que vive mucho mejor en el aspecto material, de confort, que en tiempos pasados. Sin embargo, se siente insatisfecha. ¿Por qué aumentan los suicidios?, ¿por qué las relaciones humanas en la sociedad actual se tensan hasta alcanzar límites de violencia?.

Se ha dicho que vivimos en la era de la información. Sabemos al instante lo que está ocurriendo en el rincón más alejado del planeta. Mas no tenemos tiempo de asimilar tal cúmulo de noticias y, en consecuencia ni solemos analizarlas, ni intentamos indagar sus causas. 

¿Somos realmente libres?. Resulta revelador que unas de las series de terror, cinematográficas y televisivas, de más éxito sean las de zombis, muertos vivientes. ¿No será que vivimos una vida de apariencias, casi virtual y que no somos protagonistas de nuestra existencia?.

Se pregona que hemos llegado al fin de la historia, que hemos conquistado la democracia, Pero ¿no es cierto que somos títeres manejados por una minoría que tiene todos los resortes del poder?. Empezó empleando la violencia, pero ahora nos tiene cogidos por la seducción. Nos engancha al consumismo compulsivo, en una fiebre individualista que pone la felicidad en el tener. Tanto compras, tanta cuota de felicidad adquieres.

Se acabaron los grandes relatos. Las utopías se alejan y entramos en el reino de las distopías. En una niebla espesa en la que deambulamos cual sonámbulos. Vamos perdiendo jirones de esos Derechos Humanos que tanto sacrificio, sudor y sangre logró conquistar.

¿No hay esperanza?. Sí y tiene un nombre: RESISTENCIA. Esas minorías, que, alumbradas o no por una creencia trascendente, se han quitado la venda de los ojos y han abrazado la causa de todas las víctimas, de los perdedores en esta jungla neoliberal. Han hecho de la ética del cuidado y de la lucha por la justicia el motor de su vida.  Y como saben que el contagio maligno está también dentro de sus corazones, se aferran a la ternura de la no-violencia para esa rebelión desigual. ¿No es vivir despiertos la única manera de ser personas auténticas?.

Pedro Zabala Sevilla

Volver a OPINIÓN