BENDITA LIBERTAD

Estos días de reclusión forzosa por la pandemia que nos afecta, son buenos para reflexionar sobre muchas cosas. Entre ellas, aunque suene a paradoja, sobre ese don preciado que es la libertad. Pues, hasta podemos seguir siendo libres en medio de este confinamiento obligado.

 Las especies animales, aun las más próximas, no son libres.  Deben seguir inexorablemente  a su instinto que les marca su conducta, innata, pues depende de su dotación genética, o a través de un aprendizaje, también regido por sus genes.

 Los seres humanos tenemos instintos, pero entre el estímulo y nuestra respuesta cabe la reflexión que nos capacita para aplazar la satisfacción del mismo o incluso renunciar a ella por un motivo que juzgamos superior. Cierto que una repetición de conductas conduce a la formación de hábitos que casi automatizan nuestra conducta. Pero siempre cabe el esfuerzo de nuestra voluntad para ir rompiendo esas rutinas e ir forjando hábitos distintos.

 Entre las motivaciones para no acatar ciegamente las pulsiones instintivas están los valores. Categorías que descubrimos en virtud de la distinción entre el bien el mal. Bien es aquello que beneficia la vida en su sentido más amplio -mucho más que la mera supervivencia- tanto la nuestra como la de las demás personas. Y mal es aquello que la perjudica de cualquier forma. Esto exige una labor de discernimiento tanto del acto en si como de sus  consecuencias posibles. Claro que caben las equivocaciones.

Dos cuestiones se entrecruzan. ¿Es ilimitada la libertad humana? ¿Puede existir la libertad sin dos o más opciones que elegir? La respuesta a la primera es muy fácil. Es limitada como lo es nuestra naturaleza y los condicionamientos de toda índole que encauzan nuestras decisiones, a la vez que las posibilitan.

 En cuanto a las opciones a elegir, es fácil pensar que cuantas más tengamos más libres seremos. Lo que ocurre es que somos seres de deseos y estos pueden ser innumerables. Su satisfacción, de tener los medios para alcanzarlos, puede ser instantánea, diríamos automática. El consumismo compulsivo a que nos impulsa este neocapitalismo, con su bombardeo constante de publicidad, hace crecer de forma exponencial nuestras apetencias de bienes materiales. No nos dan la felicidad prometida y ¿no pensamos ingenuamente que el próximo objeto que obtengamos es el que nos la dará?. ¿Somos libres o esclavos de esos deseos -que ni siquiera son nuestros sino inducidos-?

 La libertad en su sentido más profundo tiene aparentemente una capacidad de opción más restringida. ¿Elijo ser yo mismo -esa personalidad que estoy llamado a ser- o no? Es decir, ¿me entrego a la búsqueda de las satisfacciones momentáneas de mis deseos o tomo esa opción fundamental que dará sentido a mi vida? Se trata de compromiso: por una vida ética.

 Una vida regida por un deber no impuesto desde fuera, sino regido por esa vocación profunda inserta en mi interior más profundo. Vocación que no es solipsista, sino abierta a los demás. En el encuentro con los demás, con los otros tús que se entrecruzan en mi camino se va forjando mi personalidad, cuya realización progresiva guiará mi opción radical.

 Ese camino va sembrado de repeticiones y constancia. No significa que no haya caídas y aún retrocesos. Pero seguidos de esfuerzos por levantarnos y volver a avanzar. Camino no solitario, sino acompañado de otros peregrinos en la ruta hacia la libertad plena, en todas sus dimensiones, personales, políticas y económicas. Camino de paz y de lucha por la justicia para todos los seres humanos y demás entes vivientes.

 Ruta de libertad accesible a quienes quieran vivir plenamente su humanidad. ¿No entraña esto una apertura a la trascendencia, a ese Otro fundante de la realidad, en una espiritualidad? ¿No es abierta esta espiritualidad que no puede encerrarse en ninguna religión, aunque no las niegue y sirvan de cauce para sus creyentes? 

Pedro Zabala Sevilla

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