ENVIDIAR O ADMIRAR

Algunos dicen que la envidia es el vicio nacional de los hispanos. Pero me temo que sea compartido en todos las latitudes y en todos los tiempos por muchas gentes. En el relato mítico del Génesis, se narra el primer fratricidio, de Abel a manos de Caín que tuvo su origen en la envidia.

 ¿Qué es la envidia? Un sentimiento profundo que nos induce, llevados por la apreciación de que otro u otros poseen cualidades o cosas que nosotros no tenemos, a desearles un mal o que no alcancen un bien.

 Bien miradas las cosas resulta positivo que seamos diferentes de forma innata o adquirida, en dones inmateriales o cosas materiales. Partiendo de la igualdad básica, las diferencias enriquecen, siempre que no atenten contra la igual dignidad de las personas.

 ¿Qué nos revela la envidia? Una suerte de complejo de inferioridad de quien la padece. Se siente inferior a quienes envidia. Su baja autoestima le impide reconocer cuáles son sus propios dones y méritos.

 Quienes disfrutan de una madurez emocional se alegran de que otros posean aquello de lo que ellos carecen. Y en su corazón brota otro sentimiento muy distinto: la Admiración.

 Admirar a alguien es disfrutar con lo que las personas admiradas tienen. Los que en vez de oído tenemos orejas, podemos deleitarnos oyendo composiciones cantadas por artistas virtuosos. Lo mismo con cualquier otra manifestación de inteligencia, de sentido de la belleza espacial o plástica…

 Cuando admiramos queremos conocer la trayectoria vital de esas personas que suscitan nuestro embeleso. Podemos caer en la tentación de convertirlas en ídolos. ¿No se dan con harta frecuencia en el mundo de los deportes o de los famosos? Es una actitud pasiva que goza con descubrir su intimidad, con comentarla con otros que sientan lo mismo.

 La auténtica admiración tiende a descubrir la pasión y el esfuerzo subsiguiente que esas personas han desarrollado para llegar a su situación de excelencia.

 ¿No debe incitarnos a una sana emulación? ¿No podemos cultivar nuestros propios dones con parecido entusiasmo? ¿Y no hemos de desarrollarlos con un sentido de gratuidad para ponerlos al servicio de nuestros prójimos?

Pedro Zabala Sevilla

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