NO A LA CRISPACIÓN

 

La verdad es que no soy del Real Madrid ni tampoco del Barça, entre otras cosas porque no me gusta el fútbol. Tampoco pertenezco al partido A ni al B, y me desagrada totalmente que reduzcan la mayoría de las veces su dialéctica política a descalificar al contrario. No comulgo con el nacionalismo español ni con los periféricos y me parecen erróneas e injustas muchas de sus aseveraciones (tampoco sería forofo de un nacionalismo europeo si llegase a prosperar). Me pareció (y me sigue pareciendo) injusta y gravemente equivocada la guerra de Irak y no por ello me siento antinorteamericano: creo que tienen –quizá en mayor grado que los demás porque son el imperio- enormes aspectos positivos y otros negativos (no me alegró que ganara Busch, pero no me entristeció que perdiera Kerry). Me niego a pensar que unas víctimas son nuestras y otras ajenas (sean de nuestra guerra civil o las recientes del terrorismo o contraterrorismo).

 

¿Por qué ha de haber tanto fanático en política, en religión, en los medios de comunicación, en la vida social que todo lo reducen a estar con ellos o contra ellos?.  No pueden dejar de encasillar a todo el mundo: o blanco o negro; son ciegos para la gama de los grises y del resto de los colores. La verdad es que no aman la rica variedad de la vida con su abanico inmenso de matices. Su horizonte es la guerra –caliente o fría- y el odio.

 

 En nuestra Patria se está dando ese caldo de cultivo con dos epicentros, político y religioso: el atentado terrorista de la estación de Atocha, las elecciones con el cambio de gobierno central y el rifirrafe jerarquía católica-gobierno socialista. Políticos destacados, algunos obispos y ciertos católicos influyentes, junto a algunos medios de comunicación con un alarde obsceno de sectarismo, están echando leña continua a ese calentamiento dialéctico. Lo malo que es que hay ciudadanos pacíficos que viven en crispación constante. Y otra mayoría pasa del tema, desconfiando de todos. En el ardor de la refriega, los responsables parecen no darse cuenta de que las instituciones todas –políticas, eclesiales, medios de comunicación- está perdiendo prestigio y fiabilidad ante la sociedad.

 

Hace poco publicaba en El Correo José Mª Mardones un artículo valiente y sereno que titulaba EL ENEMIGO DE LA RELIGIÓN. En él preguntaba: “¿quién es hoy el enemigo de la religión? ¿Es el laicismo el verdadero peligro? ¿La religión está en peligro por las medidas que se tomen sobre el divorcio y el matrimonio homosexual?. La religión está en peligro por el clima de indiferencia y olvido de Dios en esta sociedad”. Como causas de esta descristianización señalaba la erosión de valores humanistas, solidarios y espirituales; la mercantilización de toda la vida. Y añadía: “aquí está el verdadero enemigo de la religiosidad y del humanismo… Mala noticia para la religión y el socialismo…quizá la socialdemocracia sabe que no puede hacer mucho frente a la lógica del capitalismo neoliberal y entonces quiere dejar una marca de progresismo mediante medidas apresuradas que ocultan el verdadero problema. Es más fácil levantar la liebre de la enseñanza de la religión que afrontar una verdadera renovación de la enseñanza. Es más sencillo abordar el matrimonio de los homosexuales que afrontar el problema de la vivienda y el futuro de las parejas jóvenes y también parece más fácil desde el lado eclesial atacar el laicismo que a ese pulpo invasor del mercado y la vida banalizada por el consumo. Uno desearía que si a la Iglesia le importa mucho la familia ponga el mismo empeño que en el tema homosexual y del divorcio en la denuncia de la precariedad laboral y en las condiciones de acceso a la vivienda para las jóvenes y en las condiciones de vida, trabajo, afán de bienestar  que están entre las causas determinantes de que la fidelidad y el proyecto de vida matrimonial sea algo muy pasajero. Es muy importante no equivocarse al señalar dónde está y quién es el enemigo. No sea que al final de esta historia de “guerras” religiosos-laicistas, nos encontremos que, unos y otros, hemos estado alanceando vientos”.

 

Por eso, a los fundamentalistas del laicismo que hacen bandera de sacar la religión de la escuela, conviene recordarles aquella carta que el dirigente histórico del socialismo francés Jean Jaurrés dirigió a su hijo (recogida actualmente en varios medios de comunicación) y que él hizo pública en el diario L´Humanité fundado por él. Se negó a darle un justificante que le eximiera de cursar la religión que le pedía su vástago. Y adujo para ello razones contundentes:”tengo empeño decidido en que tu instrucción y tu educación sean completas, no lo serían sin un estudio serio de la religión”…”la religión está íntimamente unida a todas las manifestaciones de la inteligencia humana; es la base de la civilización y es ponerse fuera del mundo intelectual y condenarse a un manifiesta inferioridad el no querer conocer una ciencia que han estudiado y que poseen en nuestros días tantas inteligencias preclaras”…”hay que convenir en la necesidad de conocer las convicciones y los sentimientos de las personas religiosas; debemos, por lo menos, comprenderlas para poder guardarles el respeto, las consideraciones y la tolerancia que les son debidas”…”sólo son verdaderamente libres de no ser cristianos los que tienen facultad para serlo pues, en caso contrario, la ignorancia les obliga a la irreligión. La cosa es muy clara: la libertad exige la facultad de poder obrar en sentido contrario”.

 

Claro que estas consideraciones sobre la necesidad del estudio de la religión para todos, no puede llevarnos al fundamentalismo opuesto de considerar que la fórmula privilegiada en los acuerdos con la Santa Sede sea la única posible y desconocer sus efectos nefastos, al mezclar residuos de vieja cristiandad dentro de un Estado aconfesional.  Y lo que resulta demagógico es la actual campaña de recogida de firmas, vendiendo que se quiere sacar la religión de la escuela, cuando el propósito gubernamental es simplemente que no sea evaluable y puede que fuera del horario escolar. ¿Tan poca confianza tienen en que esa mayoría de padres que la desean para sus hijos sigan apostando por ella en otras condiciones?.

 

Un buen amigo, creyente auténtico, haciendo honor a su socarronería aragonesa, insiste en la distinta actitud con que ciertos pastores y teólogos tratan la moral de la bragueta y la del bolsillo. Respecto a la primera, se consideran expertísimos y descienden a los más mínimos detalles, con tono de sermoneadores infalibles y fustigadores de los vicios de la sociedad actual. Uno se siente tentado de aconsejarles que releyeran un libro lúcido y sencillo de un recordado logroñés, Manuel Trevijano, ¿QUÉ ES LA BIOÉTICA?. Seguramente si aplicásemos el sentido común que de él emana, hablaríamos menos y escucharíamos con humildad de aprendices a los profesionales que se enfrentan honradamente y día a día a esos problemas nuevos que los avances de la ciencia y la tecnología  nos deparan y que hacen que las viejas recetas abstractas se tambaleen ante ellos.

 

En cambio, respecto a los temas de la moral del bolsillo, los socio-económicos, la vena profética del actual Papa se ha encarado desde su magisterio valientemente con ellos. Y sin embargo, ¡cuánto silencio de muchos pastores y teólogos!. Más de uno sospecha que han desarrollado una manga tan ancha que casi les cabe todo el neoliberalismo. Debo tener mala memoria pues no me suena desde hace mucho tiempo ninguna prédica sobre el deber ético de no defraudar al fisco. Tampoco suelo oír o leer ningún análisis desde la moral cristiana de los Presupuestos anuales, en los que se tiende a disminuir los impuestos de quienes más tienen a costa de que disminuya las prestaciones sociales o corran peligro de poder sufragarse en el futuro. Son escasos los documentos que abordan el tema de la precariedad laboral, de los contratos basura, de la siniestralidad en el trabajo, de la falta de medidas serias para conciliar el trabajo y la vida familiar. Y cuando surge el tema de la apertura de centros mercantiles en domingos y festivos, uno tiene la impresión de que han borrado el precepto del descanso laboral en eso días del viejo tercer mandamiento de la Ley de Dios que nos enseñaban de críos. 

 

Y cuando ya la histeria se desborda, es cuando dicen que los católicos sufrimos persecución en España. La expresión no puede ser más desacertada. Y banaliza las terribles persecuciones que ha sufrido la Iglesia a lo largo de la historia y padece hoy en tantos países. Suena a burla a los presos, a los mártires, que son el testimonio vivo de la fuerza de nuestra fe eclesial. Regímenes tiránicos, ateos o religiosos, que niegan la libertad religiosa y persiguen a los seguidores de Cristo. En unos casos, simplemente por su creencia; en otros porque denuncian las violaciones de sus derechos fundamentales que sufren tantos millones de seres humanos. San Romero de América y los Obispos asesinados en África, tantos sacerdotes, religiosos, monjas, laicos que en el tercer mundo dan testimonio del Mensaje de Jesús, rubricándolo con su sangre.

 

No alanceemos vientos que decía Mardones. Aflojemos la crispación y tendamos puentes de diálogo. Busquemos juntos, los que creemos y los que no, caminos de justicia y libertad.

Pedro Zabala

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