Heridas mal cerradas

CONDENADOS AL RECUERDO

Una herida abierta es mala cosa, pero tiene probabilidades de curar tarde o temprano. Lo malo, y todos tenemos alguna experiencia, son esas heridas que han cerrado en falso. Acaban infectándose y la cura exige antibióticos o pasar por el bisturí del cirujano.

Con las heridas del alma ocurre lo mismo. Cuando no han podido ver la luz, acaban emponzoñando el ánimo más templado. Viene esto a cuento de aquellas heridas latentes provocadas por la lejana guerra civil y sus secuelas posteriores. Ahí quedan sus huellas marcando las vidas de quienes las sufrieron y de sus familiares.

Y aquí voy a hablar de una persona concreta: Máximo Sicilia, natural y vecino de Ausejo. Le conozco hace bastantes años y me honro con su amistad. Hombre de pueblo, sincero y leal, de viva inteligencia natural y dotado de esa socarronería típica de las gentes de nuestra tierra. Además una persona inquieta que lee y piensa por su cuenta. Histórico militante de la Unión de Agricultores, a cuya fundación en la Rioja Baja tanto contribuyó. También es de los primeros y más entusiastas socios de Amigos de La Rioja.

Recientemente, ha publicado una novela dramática y sencilla, no autobiográfica, titulada HUMANA VENGANZA. Y un libro, editado por Oberón, de Rafael Torres, HERIDOS DE LA GUERRA, Secuelas de la sublevación de Franco, contiene un capítulo que nos habla de la tristeza sellada de Máximo. Era un niño de ocho años, cuando estalló aquella vorágine. Y aunque su propia familia no fue víctima de los asesinatos, escuchó de labios cercanos aquellos horrores. Y tanto la novela como este libro, tratan de lo mismo, de la terquedad en no olvidar, de rescatar la memoria, de no consentir en cerrar en falso unas heridas que a tantos niños les marcaron para toda la vida.

A Máximo le revienta ese complot de silencio, de indiferencia y de olvido. Le duele esa comodona indiferencia que trata de vivir como si nada hubiera pasado. Quiere ser testigo fiel de aquellos hechos, memoria andante de unos muertos, algunos de los cuales tienen todavía sus restos en fosas ignoradas, sin que sus familiares hayan podido enterrarlos dignamente.Cementerio de la Barranca - Monumento a los caidos Foto:Fede

A algunos pudiera parecerles que ese empeño en recordar es algo nefasto para la convivencia, como si la paz exigiera pasar por alto aquellos crímenes. Tenemos muy recientes los casos de Argentina y Chile, en los que la barbarie sangrienta se preocupó al pasar a la democracia de dictar leyes de punto final para asegurarse la impunidad. Parece que van a derogarse, con lo que los tribunales podrán actuar: sólo de la justicia puede brotar la paz auténtica. A las víctimas, a sus familias no les devolverán a los desaparecidos, no les quitarán su dolor de tantos años, pero sentirán de alguna manera que la sociedad ha reparado, aunque tarde, el mal causado.

Tampoco el olvido es elemento necesario para el perdón. Más aún, si hay "desmemoria" no puede haber perdón, sino indiferencia. Y ésta, a la postre, resulta que es la contumacia en el crimen. Si olvida el verdugo, revela una auténtica falta de conciencia y, si olvida, la víctima –y esto es lo que a Máximo le lleva a mal traer- supone un renegar de los suyos, un parabién a los atropellos. Para un perdón de verdad –cuando la generosidad se impone a un deseo primario de venganza- se exigen dos cosas: que los ofensores lo pidan y que los ofendidos, sin renunciar a su memoria, sean capaces de darlo. Se necesita para ello mucha grandeza de ánimo y, seguramente, la gracia de Quien murió en una Cruz pidiendo al Padre que perdonase a quienes no sabían lo que hacían.

Por todo ello, se necesita en nuestra Patria una Comisión de la Verdad que saque a la luz aquellos crímenes, que devuelva a las familias el honor de su memoria, el recuerdo de tantos inocentes, víctimas de un odio cainita. Es bueno que en La Rioja se haya erigido en la Barranca ese monumento a tantos asesinados en aquel lugar. Es un símbolo, reciente y laico de la identidad riojana, digno de parangonarse con aquellos medievales de San Millán, Santa María la Real de Nájera, Clavijo y tantos otros que poseemos. Lugar sagrado donde deberían ir en peregrinaciones didácticas nuestros escolares para no olvidar nunca. Decía el filósofo Santayana que los Pueblos que ignoran su historia, están condenados a repetirla. Y eso no, rescatemos nuestra memoria, para que NUNCA MÁS…

Pedro Zabala Sevilla    

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