LA RIOJA Y EL CASTILLO NAVARRO DE MONJARDÍN

CASTILLO DE MONJARDÍN

            Antes de que en la Edad Media las luchas entre los reyes que gobernaban el valle del Ebro fijaran la frontera navarro-castellana en las orillas de este río, navarros y riojanos vivimos unidos en un mismo territorio. Después, las insalvables diferencias entre los ejércitos carlistas atrincherados en Estella y los liberales apostados en Logroño, mantuvieron firme esta línea de separación en el siglo XIX. Por último, las configuraciones de mapas autonómicos volvieron a colocarnos a riojanos y navarros separados por una raya. Lo penúltimo es que los gobiernos de la nación y de Navarra no han sabido conectar dignamente ambas regiones en la recién estrenada autovía Pamplona-Logroño. Echamos en falta el tiempo en que unidos convivimos en armonía, luchamos juntos contra el enemigo y construyendo iglesias, catedrales o monasterios, vertebramos la milenaria ruta jacobea. Todos estos episodios han quedado reflejados en la historia de La Rioja y del Castillo de Monjardín (Navarra), que hoy les acercamos en estas páginas.

  Castillo de Monjardín. Foto: Fede          El Castillo de Monjardín se encuentra a poco mas de 30 km de Logroño, antes de llegar a Estella si viajamos por la ya referida autovía del Camino de Santiago. Desde lejos se divisa claramente el estirado picacho sobre el que antes del siglo X se levantó una fortaleza. Resulta interesante visitar los restos de este fuerte situado sobre la escarpada roca del monte Monjardín, a 900 metros de altitud. Desde allí se domina toda la llanura del valle del Ebro. Se encara este monte y su castillo, con las montañas de la ibérica, desde San Lorenzo hasta el Moncayo, pasando por peña Isasa.

            El origen de esta fortaleza se desconoce. El hecho de ser la primera montaña que se encuentra ascendiendo desde la tierra llana, motivó la importancia de su posición y que el poseedor de este fuerte tuviese el dominio de esta extensa comarca. La tradición dice que el Castillo de Monjardín lo construyeron los romanos, hicieron fuerte los moros y con la ayuda divina conquistaron los cristianos.

            Lo cierto es que en el siglo X, el rey de Pamplona Sancho Garcés I emprendió la conquista del valle del Ebro expulsando a los musulmanes de estas tierras. Punto fuerte en esa conquista fue la toma del Castillo de Monjardín en el año 907, el cual ya no volvió a poseer el enemigo, aunque lo intentaron en varias ocasiones como en las campañas musulmanas de los años 924 y 937. La conquista de La Rioja fue clave y un punto y seguido en la lucha desde que Sancho Garcés I se apoderó de Monjardín. Este rey llevó a cabo la toma de los territorios de Calahorra, Tudelilla, Alfaro, valle del Cidacos, Nájera, Viguera, Albelda, Laguardia y la Sonsierra. Fue Sancho Garcés I, quién dio contextura política y espacial al naciente reino de Pamplona. Sin duda, un hito destacado del avance cristiano fue cruzar el Ebro y arrebatar Calahorra y la mayor parte de las tierras riojanas a los árabes.

            Pero el rey pamplonés no solo trató de extender los dominios de su diminuto reino o de buscar pastos y tierras llanas de cultivo para los ganados de las montañas pirenaicas. Le animó un ideal religioso. Precisamente para la campaña de La Rioja se preparó con una peregrinación al lejano Santuario de Remiremont (norte de Francia). En agradecimiento a la conquista de Viguera fundó el Monasterio de San Martín de Albelda (5 de enero de 924). Pronto surgió el Monasterio de San Millán de la Cogolla y la diócesis pamplonesa adquirió un nuevo brillo. El obispo Galindo, instalado junto al rey en Monjardín y titulado como obispo de Deyo (nombre primitivo del castillo), tuvo que proceder a una reorganización eclesiástica, sin duda planteada por el rey. Consagró entre otros a los obispos Sisuldo para Calahorra y Teudorico para Tobia.

            También fue importante para La Rioja el desarrollo del Camino de Santiago. Una de sus variaciones mas significativas tuvo lugar gracias a la conquista de Monjardín y de los territorios de Nájera. Estas conquistas permitieron a Sancho Garcés I desviar el trayecto que desde Pamplona hacia la Meseta llevaba a los peregrinos por tierras alavesas, por la tierra de Deyo hacia el Ebro y el Najerilla. Era frecuente que el camino buscara la protección de importantes fortalezas como Monjardín, el cual quedó a partir de entonces en privilegiada posición sobre la ruta.

            Pero la gran relación del Castillo de Monjardín con La Rioja se encuentra en el famoso códice del Monasterio de Albelda, también conocido como Códex Vigilanus. El Códice Albeldense, llamado Vigilano por su autor (Vigila scriba) atribuye el enterramiento del rey Sancho Garcés I en el Castillo de Monjardín. En la iglesia del castillo, hoy convertida en ermita, está trascrita la crónica del Albeldense donde cita que Sancho Garcés I y su hijo y sucesor en el trono García Sánchez I, fueron sepultados en este lugar. Otras escrituras riojanas que se encuentran el archivo de la iglesia colegial de Logroño, como son los Concilios de Albelda y San Millán, dicen con palabras expresas que “el rey don García fue enterrado en Monjardín, como lo habían hecho también con su padre”.

            A partir del año 1076, a la muerte del rey de Navarra Sancho el de Peñalén, su reino se repartió entre el de Aragón, Sancho Ramírez, y el de Castilla, Alfonso VI. El castellano ocupó La Rioja hasta la orilla del Ebro. Monjardín pasó entonces a ser una fortaleza fronteriza con Castilla y testigo en primera línea de las luchas entre francos y pobladores, navarros y castellanos y carlistas y liberales. También fue Monjardín un híbrido de castillo y santuario de devoción a la Santa Cruz, reflejada en una maravillosa pieza de la orfebrería románica, y que hoy se puede contemplar en la iglesia de Villamayor de Monjardín.

Las donaciones y trueques del castillo fueron continuas entre los reyes de Navarra, el cercano Monasterio de Irache y los obispos de Pamplona. Al paso de los siglos Monjardín se fue convirtiendo en ruinas y sufrió numerosos saqueos.

            Hace tres años que le llegó a Monjardín la hora de que los poderes públicos le dedicasen partidas presupuestarias para consolidar sus venerables muros milenarios, evitando así lo que ya amenazaba convertirse en una inminente ruina. Las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en la pasada legislatura sacaron vestigios que se remontan a los siglos VIII y IX, en los primeros albores de la historia de los castillos. Ojalá este interés de las instituciones continúe en otros castillos riojanos y navarros, para salvar o recuperar estas joyas olvidadas de nuestro patrimonio histórico.

Vista general- Monjardín. Foto: Fede

                                                                                                        Carmelo San Martín Gil

                                                      Autor del libro Monjardín. El castillo y la villa

Editorial Sahats. Pamplona 2005. 

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